Hay
palabras cuyo significado está muy claro y definido, ya sea en un diccionario o
en la conciencia de las personas. Hay otras demasiado técnicas, científicas o
complicadas como para que ni siquiera nos preguntemos de qué hablan. Y,
curiosamente, hay cosas para las que ni siquiera existe una palabra que las
defina.
Yo me
he encontrado con una de esas cosas, que no sabes qué son, que no tienen nombre
ni explicación, que no sabes su origen y que, extrañamente, tampoco te importa.
A pesar de no importarme el origen, lo he buscado, mi mente científica me pide
entenderlo todo, causa y efecto. Pero no ha habido manera. ¿Así, sin más? ¿A la
primera? ¿Pum? A veces sí, a veces no, a veces tiene sentido y otras es una
simple absurdez.
Pero ha
pasado, es innegable, y tan real que lo noto pesar dentro de mí, un peso físico
que me hace tambalearme y desvía mi equilibrio. Absurdez o no, aquí está,
quemando. Hay fuegos que hay que apagar antes de que lo devasten todo a su
paso, porque son incontrolables. Brillan, bailan, te alegran y te dan calor. Y
cuando menos te lo esperas, cuando menos lo mereces y cuando menos preparado
estás, te convierten en ceniza. Y la ceniza se esparce, se la lleva el viento,
y ya ni siquiera recuerdas lo que eras antes de quemarte, ni lo que sentías;
todo se ha vuelto gris.
Es una
tontería pensar en lo que se merece o no, la vida no es justa y todos lo
sabemos. ¿Resignarme? No, tampoco, ya no. ¿Qué queda entonces? Bueno, los
cuerpos se ahogan, pero las cenizas, siempre flotan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario