Me
desperté presa de un calor infernal a las 3 de la mañana. No tenía sentido,
estábamos en mayo y me encontraba sudando por cada poro de mi piel. El ambiente
estaba cargado, pesado, insoportable, pegajoso. No sé si fue sueño o mareo lo
que me hizo tambalearme de camino al radiador. Nada, apagado, aunque no frío;
el metal había subido de temperatura al igual que el resto de la habitación.
Todo desprendía calor, me recordaba a los documentales sobre el desierto con su
aire ondulado.
Espejismo
o no, allí me encontraba, con el pelo pegado a la frente y la camiseta a la
espalda, con las manos brillantes y una gota haciéndome cosquillas por el
cuello. Abrí la puerta y me asomé al pasillo; las baldosas, normalmente frías,
estaban tibias. El silencio reinaba en la casa salvo por los ronquidos de mi
padre, ¿estaría soñando? Decidí investigar.
Me
dirigí a la cocina y enchufé la radio: música, música, fútbol, música, tarot...
nada que hablara sobre mi ola de calor. Decidí probar suerte con la televisión
y, cuando estaba a punto de apagarla, apareció. Un corte en los anuncios de la
teletienda informaba sobre un telediario especial en 10 minutos. Asalté la
nevera mientras esperaba, agua bien fría para intentar no desmayarme del calor.
Por último, acudí a la ventana deseando encontrar una pizca de brisa, pero solo
entró aire caliente que me abofeteó la cara y me cortó la respiración. La cerré
y miré al cielo; jamás lo había visto de ese color, el color del fuego. Naranja,
con cientos de nubes blancas que se movían a gran velocidad, el aire bailaba en
las calles, el agua se evaporaba del río y una gota más de sudor bajó por mi
nariz. Pleno amanecer a las 3 de la mañana, definitivamente algo no iba bien.
Sonó la
música del telediario y aparecieron dos presentadores sofocados y medio
asfixiados, con ropa algo más informal que de costumbre. Hablaban del calor
que, al parecer, había comenzado hacía una hora en los termómetros de todo el
mundo. Mostraron imágenes y más imágenes de ciudades al rojo vivo, de gente
desmayada, de pantanos evaporándose, de coches sobre los que se podía freír un
huevo. Y a continuación, la explicación: la órbita de la Tierra se había
desplazado, acercando a nuestro planeta al Sol más de 3000 kilómetros. ¿Por
qué?, nadie lo sabía. Establecieron conexión telefónica con varios científicos
que vinieron a decir que no tenían la menor idea de lo que estaba pasando.
Mientras miraba anonadada la pantalla, mi casa y mi ciudad comenzaron a
despertar.
Mi
familia comenzó a escuchar la inexistente explicación y yo miré por la ventana.
Seguramente lo que estaba oyendo y sintiendo significaría el fin del mundo tal
y como lo conocía, y puede que incluso el fin del mundo, el final definitivo. Nadie
sabía que lo pasaría a partir de entonces, si viviríamos o si nos esperaba una
catástrofe y el fin de la humanidad. Sonreí.
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