sábado, 9 de febrero de 2013

Animales (10-02-2013)


Que hablen las heridas, que ellas nunca mienten. La sangre derramada, las cicatrices, guardan en su nacimiento el por qué y el cómo, la causa y el efecto, el "ni contigo ni sin ti". Hay que guardar y asimilar, evolucionar de lo vivido para volver a tropezar en las mismas piedras y hacernos los mismo cortes una y otra vez. Una herida sobre otra.
Hay cortes que ya no sangran, golpes que no duelen de tan acostumbrados que estamos a ellos; otros hieren en la misma memoria, con su simple recuerdo. Si puedo elegir, elijo el dolor. Muchas cosas nos hacen humanos, nos distinguen de los demás animales, y el dolor no es una de ellas; ni siquiera el miedo al dolor. Pero yo no busco alejarme de lo animal, a mis expensas he descubierto que es una estupidez; además de inútil es un engaño.
Deseé ser un cuchillo y matar, deseé que me cortaran y deseé cortarme yo. Deseé ser ese animal. Deseé ser la sangre que se coagula en unas manos y las vísceras que se pudren en otras. Deseé ser el ojo cegado y la boca cosida, para ver y hablar de heridas desde la sabiduría de un mutilado por la vida.
Sin embargo, tampoco soy ese animal. He tragado bilis, asimilado golpes como algo intrínseco a no ser simplemente instinto de supervivencia. Me he dejado al descubierto, eliminado barreras y escudos, y he otorgado a otros el poder de decidir si ser o no mi herida. Solo alguien con el poder de hacernos daño nos quiere de verdad; y al contrario.




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